jueves, 23 de diciembre de 2010

El baloncesto como concepto deportivo

Cada vez retraso más mis entregas y cada vez me es más dificil encontrar un hueco para aportar continuidad a este proyecto que tan ilusionadamente comencé. Por suerte, la milagrosa ecuación que relaciona tiempo e inspiración torna ahora fructífera, por lo que me debo a mi promesa de exponer de nuevo mi pensamiento.


Conforme más me adentro en el baloncesto y mayor es el tiempo que llevo dedicándole un sustancioso porcentaje de mi vida mayor es mi conocimiento acerca de sus virtudes y sus defectos. No deja de ser, me repito, un deporte, concretamente un juego, sujeto a unas circunstancias que lo convierten en limitado. No por ello se trata de algo coherente, que responde a las bases de la lógica para aquellos que no conocen el baloncesto en profundidad.

Como deporte y como juego es posible compararlo a tantos otros deportes que movilizan millones de personas alrededor del mundo. Pero sin embargo el baloncesto es distinto a todos cuantos he conocido. Yo, mi propia persona, he gustado siempre de practicar el deporte, y aunque el baloncesto ha sido el que más adentro me ha llegado, aquel cuyas raíces me llegan más profundamente, también he disfrutado conociendo otros, y es de la comparación de éstos con el basket lo que me ha llevado a reflexionar en numerosas ocasiones acerca de lo que lo convierte en algo especial.


Yo jugué al fútbol igual que cualquier otro niño por las mismas razones que cualquier otro niño: el fútbol es instintivo en el ser humano. Ver un balón, pegarle una patada y hallar en esto entretenimiento es tan humano como cualquier otra actividad vital. También lo vi, y lo veo, no sólo porque sepa apreciar la pasionalidad y la euforia que despierta, sino que también en parte carcomido por la ingente masa de publicidad que apedrea mi subconsciente y la cultura futblística de la que me veo rodeado, que hace que ver el fútbol sea casi un acto social en el que lo menos importante es el propio juego.


También jugué al rugby y le encontré numerosos parecidos con el fútbol. La ya comentada pasionalidad elevada al máximo exponente hace del rugby algo mucho más que un deporte, van ligados a él lazos fortísimos en los que ciertos valores humanos son más importantes que ganar o perder, lo que lo convierte en un deporte que admiro y admiré. Es, como el baloncesto, un deporte complicado y eso dificulta su difusión en aquellos países que, presas de su chauvinismo, son incapaces de seguir aquello en lo que no triunfan los suyos.



Y es aquí los comparo con el baloncesto. El fútbol, por ejemplo, debido a su carácter instintivo se convierte en un deporte fácilmente practicable, en el que casi cualquiera puede tomar parte y cualquiera puede seguirlo con facilidad. No hay nada, quizás aparte del fuera de juego, que impida a una persona normal seguir el partido durante los 90 minutos sin perderse en ningún momento y encontrando todo lo que ve como algo lógico.

No es así el baloncesto. Quizá la frialdad que es necesaria para llevar a cabo un juego decente contrarreste con la emocionalidad y pasión de la que hacen gala algunos de los mejores jugadores de futbol del planeta. A lo mejor es simplemente un cambio de concepto: lo orgásmico de un gol se contrapone con lo rutinario de una canasta, lo imprevisible de un contragolpe en fútbol con lo sencillo de uno en basket, la tensión de lo decisivo de un penalty con lo mecánico de una falta o un tiro libre. Quizá sea esta frialdad que comento lo que hace que el baloncesto sea un deporte más distante con el espectador y con el que se siente menos identificado. Ver que los hombres que admira están físicamente a años luz de una persona media no ayuda a que el aficionado medio del deporte empatice con este juego.


Comparo yo el baloncesto al fútbol porque es muy corriente, en el círculo en el que me muevo, quejas acerca de la gran atención mediática que despierta el primero en detrimento del segundo. Siempre tuve yo una postura muy imparcial al respecto: disfruté de ambos deportes en la medida en que creía conveniente. Tampoco podemos decir que el baloncesto es un deporte maltratado por los medios, si bien no recibe la atención que, al menos en este país, merece por los logros conseguidos, y por ser un deporte tan importante a nivel mundial.


Lo más destacable de mi desvarío posiblemente sea la conclusión de que en la balanza corazón-cabeza uno y otro deporte la desequilibran por un lado distinto. Y ya vemos para qué lado prefiere la multitud que dicha balanza sea vencida.