miércoles, 14 de julio de 2010

Reflexiones entre aros

Cuando caigo por la borda y no hallo salvavidas al que agarrarme, cuando observo desde mi apartada ventana la felicidad que probablemente no merezca, pero no he hecho nada por desmerecer, cuando observo el injusto trato que el destino me dispensa, cuando veo mi poco talento mal premiado y mi mucha torpeza bien remarcada, cuando echo la vista atrás y observo que por más que voy en busca de la suerte, cada vez se esconde más y cada vez me queda menos tiempo para encontrarla, regresa a mi cabeza el baloncesto, y lo hace como una bocanada de oxígeno tras minutos ahogandome, como un trago de agua tras días de sed. De repente me vienen recuerdos, motivaciones, sueños. De repente me olvido de lo que me hizo caer por la borda y nado con todas mis fuerzas de nuevo al barco. Desconozco el porqué de este mecanismo en mi mente. Supongo que poco tiene que ver con el factor deportivo del juego. Pero es curioso, porque tambien el baloncesto ha sido factor de decepciones y frustaciones, acaso las mas grandes. Pero es como si premiara mi fidelidad a pesar del carácter negativo anteriormente descrito, con esta función evasiva que desconocía hasta hace poco.


No me he enfrentado a grandes problemas en mi vida. No han habido enfermedades graves, ni he perdido seres queridos ni he tenido problemas familiares. Quizá sea por eso por lo que cada mínimo fracaso que se une a la colección golpea en las agrietadas paredes de mi voluntad y vitalidad con fuerza. Es entonces cuando acudo como emergencia al baloncesto, en cualquiera de sus formas. No conozco mayor sedante, ni consuelo más fiel.


Algunos verán en este discurso a una persona débil. Me enseñó alguien una vez que expresar tus sentimientos no es sintoma de fragilidad sino de valentía. Pero supongo que también un valiente puede ser frágil, de la misma manera que un cobarde puede encerrarse entre los muros de su mente.