sábado, 30 de octubre de 2010

Sueños de baloncesto

Ante todo pedir disculpas por mi prolongada ausencia, disculpas no ya a los pocos que estan pendientes de mí, sino al compromiso que conmigo mismo firmé. No fue dejadez lo que me llevó a abandonar temporalmente esto, sino una falta de inspiración que producía que fuera incapaz de dar forma escrita a cualquier idea que se me ocurriera. Calíope es tan hermosa como escurridiza.


Pero vayamos al baloncesto.


Desde que tengo uso de razón lo que más me ha llamado la atención de este juego han sido los jugadores. Nunca entendí la fijación de los entendidos por entrenadores, mánagers, representantes, directivos; dinero, traspasos, topes salariales, contratos que vencen, decisiones técnicas..., para mí lo más divertido, casi lo único, era ver a un buen jugador jugar bien al baloncesto.


Solía fantasear con jugar yo en esos escenarios y ante esos rivales. Me imaginaba subiendo la pelota en un pabellón abarrotado, marcando el sistema mientras nueve hombres me prestan atención sabiendo que soy yo el que ahora decide a qué se va a jugar.


Normalmente volvía rápido a la realidad. No había posibilidad alguna, era inútil engañarse, jamás alcanzaría ese nivel físico y técnico necesario para experimentar aquello. Es por esto que miraba a los jugadores con una mezcla de admiración y desesperanza, pues nunca parecían disfrutar de aquello lo suficiente. Parecían más concentrados en encontrar lo que no tenían como privilegiados que en disfrutar de su privilegio. Se les iba la vida luchando por contratos, por dinero, por nada al fin y al cabo y por todo a la vez.


Pero yo seguía creyendo que ellos estaban hechos de otra pasta, programados desde su nacimiento, desde la configuración de su código genético para triunfar, para llegar ahí. Yo como jugador a un nivel muy distinto y muy distante, asumía que no era posible concebir en mi mente las cualidades psíquicas que ellos tenían. Alguien me dijo una vez que lo único que me separaba de ellos era el escenario, y en cierto modo tiene razón. Yo no tengo sus capacidades pero tampoco mis contrincantes, equilibrando así la balanza.


Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que tampoco ellos son conscientes de lo que viven. La escalera que han subido tenía unos peldaños tan cortos y pequeños que a pesar de lo empinada que era, al llegar arriba no les dolían las piernas. Y por tanto no podían sentir la euforia de haberla subido. Cuando uno está programado para ganar, para ascender, y va ascendiendo a lo largo de su vida, es algo tan común verse por encima que una vez llegas a lo más alto apenas te das cuenta de lo que has logrado, pues para ti simplemente ha sido otro escalón más que subir.


Por esto ahora una vez miro fríamente mis desvaríos y mis fantasías de años atrás reculo un poco. Me cambiaría por cualquiera de ellos. Pero no al precio de no saber cuál ha sido exactamente el cambio.